lunes, 2 de abril de 2012

La fiesta de los infiernos, por Víctor Álamo de la Rosa



NARRATIVA DEL ASOMBRO DE
JUAN JOSÉ DELGADO


Víctor Álamo de la Rosa


Hay una narrativa complacida por la que uno pasa de puntillas, sin llegar a oler sangres y dolores, alegrías y sabores, hecha de personajes y atmósferas como de cartón piedra, sin recovecos, huecos y ecos fructíferos y sugeridores, con ritmos y tramas que van planamente acabándose hasta llegar a ese punto y final que pareciera, en la lectura, haber estado ahí desde siempre. Se cierra el libro y empieza el olvido. Hay, sin embargo, otra narrativa que se envuelve sobre sí misma hasta lograr atrapar y mostrarse incalculable, polisémica y polifónica, rica en matices y sabores, tal la poesía o el buen vino, inaprehensible. A este tipo de narración, el más interesante sin duda al menos para quien suscribe, pertenece La fiesta de los infiernos, del escritor canario Juan José Delgado, novela recién editada por la editorial conquense El Toro de Barro.
No se entra en esta obra para salir de rositas, inmaculado, sino para llenarse de fantasmas. Uno entra en la lectura pensándose cuerdo y a las pocas páginas ya empieza a dudar, a sentir las imprecisiones y vaguedades que jamás separan realidad y ficción en las novelas acertadas. Como en el teatro, se ven los hilos que mueven a las marionetas, pero el espectáculo seduce, funciona, atrapa hasta reír o llorar, hasta hacer repetir al espectador –el lector– las mismas muecas del actor o del muñeco. Este teatro que despliega la novela tiene un escenario, la isla que no se nombra en el texto pero que podría reconocerse en la de Tenerife, y una obra que se representa, su conocido carnaval, carnestolenda que los febreros inunda con jolgorio obligado la isla toda. La novela empieza, arranca jubilosa, cuando las aristas de la realidad enmascarada por la fiesta se difuminan hasta confundir a políticos gobernantes, ejército, clero, muchedumbre y hasta incluso a los locos del manicomio. Para extraerle a la verdad su sustancia peligrosa lo mejor es el esperpento, y vale acordarnos de su inventor y frecuentador, el Valle-Inclán de Luces de Bohemia y Tirano Banderas, por poner dos sabios ejemplos. Juan José Delgado siguió la senda que allí avizoró para vislumbrar renovadas y alucinatorias posibilidades. Un mucho de prestidigitación literaria y ya los contornos, las líneas de lo que pensamos cerco real, tangible, verídico, se funden con las que quisimos imaginarias o apenas verosímiles. Sólo con este juego maestro el lector ya disfrutará sobremanera, naufragando una y otra vez en sus propias proyecciones, irremediablemente abandonado a su suerte en manos de un narrador potente que no desmaya, que no deja fisuras. Todo lo sentimos plausible, y se trasciende la parodia, la propia esperpentización del mundo, para causar asombro, novedad.




A este contexto se atan sueños habilidosamente, engendros simbólicos que asombrarán al lector con su irradiación, con su tiniebla sorprendente y su capacidad inusitada para la revelación. Los personajes, cada uno de ellos dotado de su particular misterio, tienen sueños, veremos si dormidos o despiertos, lo mismo dará. Se abren paso –digo– los personajes, con una luz misteriosa, con una carga de espesura trágica, como icebergs que sólo sugieren su verdadero completo volumen. Valgan, botón de muestra, sus nombres y las ondas significantes que por sí solos desprenden: Claramunda, Proceloso-León, María-Ofelia y así hasta configurar una lista amplia, coral de voces con enigma goloso. Como el pintor, Montesinos, empeñado en pintar a Dios.


Juan José Delgado
Mientras el carnaval aglomera, la isla sucumbe distraída en la fanfarria grotesca: ascienden al poder hordas nazis. Los locos, cual quijotes, distinguen mejor los hilos. La nave de los locos pudiera ser el barco de la esperanza, arca de Noé, lo que únicamente ponga mar azul entre tanto naufragio y tanta debacle, lo que aleje a unos cuantos de la hecatombe. Nada acaba de escapar a la confusión carnavalera, ni el amor, falso tras tantos afeites, o quizá cierto bajo muchas capas de apariencia. Todo espejea, todo rezuma ecos, nada es fiable.
Para dar enjundia a todo el clima que la novela de Juan José Delgado promete y cumple se precisa un lenguaje diferente, turbador, que diga y explique y explaye de otro modo. Mérito del escritor recuperar para el presente palabras que conocemos pero que en su sintaxis particular son otras, suenan de otra manera, vuelven renovadas al paladar del lector. El estilo, en fin, nos sobrecoge desprevenidos (vale hasta el neologismo curiosón, porque la muchacha puede moverse gretagarbosamente), pero sin caer en palabrería confundidora o fútil, sin olvidar nunca que las palabras en una novela se disponen para narrar, aunque, en ésta que nos ocupa, con además decididos y originales fulgores. Acertó el escritor
con esta música, esperemos lectores dispuestos al vértigo de la sinfonía.


























1 comentario:

A chuisle dijo...

Excelente presentación. Tierra mágica la de Tenerife.